La radio de Don Omar
Don Omar siempre miraba hacia su corazón.
Sentía el leve peso de la correa de su radio Daewoo, ese aparato negro que colgaba de su cuello y nunca lo abandonaba. Lo sujetaba con una mano, acariciando la perilla de TUNING con sus dedos callosos, pero de uñas limpias y limadas, mientras la línea roja se deslizaba de un número a otro, buscando la emisora perfecta: canciones nostálgicas, oraciones sagradas y ritmos alegres.
Ese pequeño rectángulo de plástico y botones de metal era su mejor compañía. Su hermana decía que lo llevaba a todas partes como si fuera un amuleto, pero para él era más que eso.
La radio era su conexión a otros universos, unos donde las voces nunca se apagaban. Le contaba historias que él repetía en voz baja, le susurraba chistes sobre políticos que no conocía y, algunas noches, cuando el mundo se sentía demasiado grande, le dejaba escuchar la voz de su madre rezando y la de su padre añorando su pueblo.
Desde el más allá, su madre le hablaba:
"Hijo mío, desde la vasta montaña rezo por ti. Le hago una ofrenda a Dios y le pido que te cuide. Te miro desde lejos, desde esta finca celestial, donde los días son claros y el viento susurra tu nombre. Las estrellas brillan en la noche, y desde aquí, con el corazón en calma, le pido al cielo que nunca estés solo."
Para Don Omar, el silencio era lo que realmente daba miedo. Por eso no entendía por qué en el ancianato querían apagarla. Decían que hacía demasiado ruido, que no dejaba dormir a los demás.
La noche que intentaron arrebatársela, pensaron que dormía. Una mano firme quiso apartarla de su pecho, bajar el volumen hasta extinguirlo.
No.
El miedo fue inmediato. Se aferró al aparato con todas sus fuerzas.
—No, no, no… ¡Mamá Emilia! ¡Papá Chalo! —gritó, y la desesperación le quebró la voz.
Las sombras de la habitación se hicieron más grandes. El pecho le golpeaba por dentro, la respiración se volvió sofocante. Se balanceaba en la cama, los ojos bien abiertos. Lo abrazaron, le cubrieron los ojos con las manos, como si con eso pudieran protegerlo. Pero no entendían. No escuchaban.
Solo cuando le devolvieron la radio y giraron la perilla hasta encontrar Radio Nacional de Colombia, su llanto fue cediendo. El murmullo familiar llenó el vacío. Y entonces comenzó a sonar:
"Viejo, mi querido viejo.
Ahora ya caminas lerdo,
como perdonando el viento."
Después de eso, decidieron que no podían quedarse con él.
Cuando lo echaron, su hermana fue a recogerlo para buscarle un nuevo hogar. Lo abrazó fuerte, pero no dijo nada. A veces le hablaba con palabras, otras con sus gestos. Don Omar entendía que ella se preocupaba, aunque no siempre sabía por qué. A veces le daba risa y ella le preguntaba:
—A ver, contá el chiste... pa' ver si sí da risa.
Camino a la casa, se detuvieron en la farmacia para comprarle la medicina para la presión y el sueño. Mientras esperaban, Don Omar sintió la necesidad de moverse. No quería quedarse quieto. Le dijo a su hermana que iba al baño, pero en lugar de volver, cruzó la calle. Entró a una cafetería, caminó con la seguridad de quien ha estado ahí antes y entró al baño sin preguntar. Se sentó, encendió su radio y esperó.
No llevaba su manilla con su nombre ni el teléfono de su hermana, ahora estaba solo pero tranquilo.
Su hermana, al notar su ausencia, comenzó a preguntar a los transeúntes si habían visto a un hombre de setenta años, con la columna torcida, una camisa tipo polo azul, tenis blancos, pantalón gris y una radio negra que le colgaba del cuello. Nadie lo había visto. Pero entonces, el eco de fondo de Radio Nacional de Colombia en la frecuencia AM 550 Khz emitió su localización exacta.
Si no hubiera llevado su radio encendida, ¿quién sabe qué hubiera pasado? Gracias al volumen alto, lograron ubicarlo. Su hermana sintió alivio cuando lo vio.
—Si lo perdiera, ¿qué le diría a mi mamá cuando me toque rendir cuentas en el cielo? —pensó, sin atreverse a decirlo en voz alta.
Después de un suspiro, un tinto y los quinientos pesos que cobraban por usar el sanitario, cogieron el bus y se fueron para una casa.
Allí, la radio de Don Omar seguiría sonando, acompañándolo en la espera de un nuevo hogar donde pudiera pasar sus noches. Mientras tanto, las oscilaciones completas que la onda realizada en un segundo, vibraban al sonar del latido de su corazón, retumbando en su cuerpo y activando su memoria cuando entre el ruido, el canto y la distorsión encontraba los 963 Hz.
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