MORAVIA Y LOS LABERINTOS DE MEDELLÍN
Por: María Camila Mojica
Una nueva concepción del espacio urbano como laberinto ha surgido en el desarrollo de las ciudades contemporáneas que, como Medellín, necesitan la transformación urbanística como política pública para mejorar la forma de vida de sus habitantes, no sólo desde las condiciones básicas de existencia si no también desde la convivencia.
Esta necesidad de transformación, producto de años y años de violencia urbana, llevó a establecer nuevos panoramas urbanísticos, donde las consecuencias sociales son producto de una concepción capitalista de la vida que desborda la creación, el diseño, la construcción y la apropiación de los espacios en la ciudad como mercancía que se expone. Este desbordamiento ha producido múltiples tipos de laberintos en la sociedad, laberintos que como la historia griega del minotauro encierran al hombre en un mundo artificial, en un universo cerrado y planeado, en un palacio de cemento. Pero no son sólo laberintos físicos, sino que al mismo tiempo se convierten en laberintos culturales, porque la mano del hombre los transforma y les da nuevas funcionalidades de acuerdo a cada uno de los individuos que habitan los espacios, las circunstancias que los rodean y el pasado que llevan cargado sobre sus hombros. Un pasado que se caracteriza, como en el caso de Moravia, por el destierro y la violencia. Los tres espacios que visitamos demuestran que las construcciones urbanísticas de la ciudad son parte de un proyecto político que se encarga de ocultar la realidad y la naturalidad de la vida.
El hombre de Medellín durante la última década ha construido nuevos universos socialmente funcionales; universos que se han convertido en elaborados laberintos donde las dinámicas sociales los complejizan, encerrando al hombre en un mundo antinatural que lo aisla de la vida, pero al mismo tiempo lo obliga a vivir en sociedad.
El Museo de Antioquia y el Palacio de Cultura, son espacios cuyo diseño arquitectónico aisla las exposiciones de la realidad social que se vivencian en el centro de Medellín, sin embargo, sus contenidos artísticos relatan la identidad, la cotidianidad y la condición colombiana. Se aislan de la realidad pero beben de ella. Son espacios artificiales que relatan lo que pasa afuera de sus muros, que encierran en una caja de cemento una gran variedad de representaciones culturales colombianas, representaciones que se vivencian cotidianamente en las calles de Medellín, como la pobreza, la desigualdad, la falta de libertad y la injusticia. Así se apreció durante la exposición sobre los 200 años del Bicentenario de Colombia.
Sus muros están dispuestos para que el contenido que se muestra allí, guíe a la gente a construir conclusiones y opiniones sobre Colombia y Medellín.
Introducirse en aquellos laberintos del minotauro, es caminar y observar, perderse y encontrar un universo de construcciones artísticas colombianas producto de la historia, para luego, al salir de los edificios verla reflejada en carne viva.
El museo y el Palacio construyen una Colombia artificial que se muestra en sus muros, que se exponen y que se ofrecen hacia la gente, tanto extranjera como colombiana, como un resumen de la nación. Éstos son unos universos artificiales creados por el hombre, y por ello, son un representación cultural en sí misma.
El Barrio Moravia es un universo diferente, un universo transformado en el laberinto del minotauro, en un palacio de cemento. Pasó de ser un basurero a un barrio de invasión, y durante los últimos 10 años se ha transformado en el espacio urbanístico que más orgullo causa a la ciudad, porque es un símbolo de la transformación de Medellín.
Es el símbolo que le permite venderse al extranjero como una metrópoli preocupada por el desarrollo social de los ciudadanos más desfavorecidos.
Pasear por sus calles, es pasear como por un centro comercial, pero no se vende mercancía, se vende la idea que: invirtiendo en espacios culturales para las comunidades más pobres se puede generar desarrollo y disminuir la violencia. Moravia se convirtió en un centro turístico cultural y dejó de ser el barrio de los olvidados. Sin embargo, necesita esa realidad olvidada para ser funcional a la ciudad, al igual que el museo de Antioquia y el Palacio de Cultura, se convirtió en un espacio artificial que encierra en unas calles, casas, parques y centros culturales una representación de la transformación de Medellín, necesita de las condiciones de pobreza para justificar la importancia de la inversión urbanística para las ciudades en desarrollo. Niega la realidad pero bebe de ella. Siempre queda la pregunta en el aire, ¿Qué ganan las comunidades con tener edificios tan bonitos cuando no tienen nada que comer, cuando no pueden confiar en su vecinos y cuando les llega las cuentas de servicio tan alta?, el barrio es funcional a la ciudad porque es una representación, es un laberinto antinatural que encierra a los visitantes en una realidad expuesta y vendida, es un centro comercial; pero ¿qué hacen estos espacios para mejorar las condiciones de vida concretamente de la población, acaso dan trabajo o dan seguridad?. Este laberinto propicia un lugar donde la gente puede convivir, divertirse e instruirse, puede buscar y encontrar nuevas formas de representación cultural.
Pero no es suficiente que sean representaciones, el desarrollo no solo está en los muros fabricados y artificiales, el desarrollo está en la gente.
BIBLIOGRAFÍA
ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA, “Peter Slordejick y Walter Benjamin, Air Conditioning en el mundo interior del capital”, Nomades Revista Crítica de las Ciencias Sociales y Jurídicas No. 22, Febrero de 2002.
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