jueves, 31 de julio de 2025
💌 Carta a mi corazón
domingo, 27 de julio de 2025
Dónde la lleve el viento
En aquella época impregnada de aromas a pena e incertidumbre, mientras el viento giraba en torbellinos erráticos por aquel laberinto, una niña cerraba los ojos y se sumergía en mundos paralelos.
Allí era heroína, guerrera, soñadora, invencible.
Al cerrar los párpados, se desprendía del cuerpo. Contra toda gravedad, ascendía en una corriente gélida que colisionaba con el calor de su corazón. Viajaba por la tierra en un suspiro y se perdía en paisajes inhóspitos y serenos, mientras el silbido del viento le murmuraba esa verdad que solo habita en el alma.
Con cada temporada de lluvias, su movimiento se desvanecía entre el silencio y el abandono. Tras incontables lunas y ausencias, solo quedaron escombros: ecos mudos, penas sepultadas, mareas de emociones ahogadas, remordimientos, dolencias, cicatrices, abismos.
El viento persistía, leve, y desde el horizonte surgía el canto de una cítara, anunciando otros mundos, otras promesas.
Por eso siguió.
Con el paso del tiempo, cedió su energía a otros, intentando hallar sentido.
Pero no lo hubo.
Su dolor solo se alivió cuando lo orientó hacia causas más vastas, más profundas. Sin embargo, el peso colosal de la humanidad la aplastó, y como Ícaro...
cayó.
A pesar del esfuerzo y las preguntas, no fue suficiente para aquello que el destino exigía de ella.
Hoy...
se sostiene en el mundo con las sobras de antiguos sueños.
Lo que queda de su ser apenas flota.
Pero respira.
Irá donde la conduzca el viento.
Buscará su libertad.
Irá con la falda corta, sin sostén, y el cabello al viento. Sin temor a la mano que hiere ni a la palabra que lacera. En su espalda remendará las alas desgarradas. Reunirá la fuerza de voluntad necesaria para cuidarse. Y llevará en el pecho el amor y la esperanza de aquella niña que aún la habita.
viernes, 4 de julio de 2025
Río Arcoiris
Su cuerpo fue la ciudad
Murió en Coltejer, las palomas negras lo extrañaron, fue asfalto hecho raiz, herida de una ruina, descontrol y vértigo. Compartía retazos de cobija, cartón y buñuelo. Su brazo fracturado movía la silla de ruedas sobre huecos y grietas, cuando la robaban, siempre volvía, traída por unos, pocos, que existían como la Ceiba abuela de la Oriental, lo cubrían de la lluvia amarga y el río sepultado que baja desde Santa Elena hasta Aburrá. Las montañas eran su columna vertebral, fueron excavadas por décadas de silencio, dolor y droga. Él era cartografía de rabia y olvido. Su cuerpo fue la ciudad.
Medellín venezolana
Allá quedaron mis muertos, enterrados en el río Apure; aquí, mis nietos juegan en el parque al lado del río Aburrá. Aunque ellos nacieron para desembocar en orillas distintas, sus aguas se mezclan por la guerra y el exilio.
Antes solo tenía una raíz. Ahora tengo muchas. Después de ser arrancado por una ráfaga violenta de odios añejados, me aferro a este nuevo lugar, con aire más seco y un sol que brilla con menos fuerza. Entre montañas, soy un Guayacán de ramas abrazadas que reposa frente a un hogar ajeno, cuyas ventanas reflejan una frontera invisible, delineada en los uniformes de militares y policías que patrullan las vías abandonadas. Mi ADN, que antes creía rígido, se enreda ahora con otra tierra, sembrada en un cañón convertido en valle.
El amor se desplaza con mis pies, y con mi voz sobrevivo en una esquina, al lado de una ceiba antigua que narra otros tiempos. Mientras pasan las horas, los meses y los años, canto la "Tonada de Luna Llena" que me acompaña cuando guardo las monedas. Vi, ya no una garza mora, sino un periquito bronceado que se esconde entre las ramas, mientras los transeúntes me ignoran y los vendedores me adoptan para compartir conmigo un guandolo, así discurren sus instantes de vida.
Ya no soy un extranjero. Pertenezco, pero aún anhelo.