Camila 2020

Camila 2020
Un retrato hecho para mi Por: Clara Mojica

jueves, 31 de julio de 2025

💌 Carta a mi corazón

Querido corazón 

Comenzaste a latir muy rápido. 
Apresurado, ansioso y expectante.

Naciste para cruzar el océano Pacífico 
y despedir una vida antigua,
cerca de aquel río destruido por la infamia 
y el dolor evaporado.

Maduraste poco a poco,
como un mango que brota de una tierra cálida,
un hogar que abrazaba otros corazones 
que vivieron junto a ti.

Con ellos querías bailar, actuar, jugar, leer, saltar, disfrutar…
como el sabor dulce que se acumula después de tardes llenas de cuentos, lápices y juegos.

Pero junto a ellos, también naciste en otro lugar:
uno lleno de espinas punzantes y ásperas,
donde la partida era una herencia que pesa
y la espiritualidad, apenas un susurro entre escombros.

Te enseñaste a despedir, porque había que hacerlo.
En ese mundo que te vio nacer,
la vida se iba y no quedaba nada.
Así aprendiste la certeza trágica.

Tuviste que callar el eco de tu palpitar,
guardar en silencio la ternura y sinceridad,
porque todos afuera eran herida y cristal.

No podías confiar.
Y por eso, renunciaste a la oportunidad de amar.

Pero… nunca estuviste solo.

Siempre hubo alguien junto a ti: la amistad.

Desde la distancia tejiste puentes,
construiste ideas, momentos, compañías.

Y aún así estás hecho de despedidas.

Ahora, agotado,
te encuentras con lo único que perdura
en un paisaje cambiante y efímero:

las presencias, los compartires, los instantes.

Querido corazón,
eso es lo único que te queda 
después de decir tanto adiós.

Y quizá,
solo quizá,
eso es suficiente para seguir latiendo
hasta que un día,
tu ritmo se apague.

domingo, 27 de julio de 2025

Dónde la lleve el viento




En aquella época impregnada de aromas a pena e incertidumbre, mientras el viento giraba en torbellinos erráticos por aquel laberinto, una niña cerraba los ojos y se sumergía en mundos paralelos. 

Allí era heroína, guerrera, soñadora, invencible.

Al cerrar los párpados, se desprendía del cuerpo. Contra toda gravedad, ascendía en una corriente gélida que colisionaba con el calor de su corazón. Viajaba por la tierra en un suspiro y se perdía en paisajes inhóspitos y serenos, mientras el silbido del viento le murmuraba esa verdad que solo habita en el alma.

Con cada temporada de lluvias, su movimiento se desvanecía entre el silencio y el abandono. Tras incontables lunas y ausencias, solo quedaron escombros: ecos mudos, penas sepultadas, mareas de emociones ahogadas, remordimientos, dolencias, cicatrices, abismos.

El viento persistía, leve, y desde el horizonte surgía el canto de una cítara, anunciando otros mundos, otras promesas. 

Por eso siguió. 

Con el paso del tiempo, cedió su energía a otros, intentando hallar sentido. 

Pero no lo hubo.

Su dolor solo se alivió cuando lo orientó hacia causas más vastas, más profundas. Sin embargo, el peso colosal de la humanidad la aplastó, y como Ícaro...

cayó. 

A pesar del esfuerzo y las preguntas, no fue suficiente para aquello que el destino exigía de ella.

Hoy...

se sostiene en el mundo con las sobras de antiguos sueños. 

Lo que queda de su ser apenas flota. 


Pero respira.

Irá donde la conduzca el viento.
Buscará su libertad.


Irá con la falda corta, sin sostén, y el cabello al viento. Sin temor a la mano que hiere ni a la palabra que lacera. En su espalda remendará las alas desgarradas. Reunirá la fuerza de voluntad necesaria para cuidarse. Y llevará en el pecho el amor y la esperanza de aquella niña que aún la habita.

viernes, 4 de julio de 2025

Río Arcoiris



Iris no cae del cielo.
Asciende del asfalto caliente.

Del abrazo contenido.
Del beso censurado.

De la esquina de barrio
donde alguien se atrevió a ser.

Iris es una gota, sí.
Pero no de agua.
Es travesti, no binaria,
marica, intersex, trans-afectiva.

Una gota que no se deja evaporar en silencio.

Nació en El Socorro,
con el poeta Jeison,
que aún espera en el abismo del tiempo.

Pasó por Belén,
donde los recuerdos de Hugo
se enredan en las trenzas de las vecinas.

Se deslizó por Aranjuez,
donde Francisco sembró
65 semillas de resistencia.

Se mezcló con la música rebelde de Manrique,
donde Juana y su compañera
transformaron el miedo
en danza, en cuerpo, en calle.

Fue acariciada por el viento de Santa Cruz,
que lleva la alegría de Jhonathan
como una onda infinita.

Se sumergió en Bello,
donde el profe Manuel,
soñador y libre,
aún escribe con agua
lo que no alcanzó 
a decir con tinta.

Y Sara,
sí,
ella también,
está en todas partes:
en cada espejo
donde alguien se ve bella,
trans, poderosa.

No son fantasmas.
Son presencias líquidas.
Gotas que no se evaporan:
se transforman.

El calor las elevó.
No hacia un cielo virtuoso,
sino hacia la nube queer,
irreverente y rosada,
donde se baila,
se ama,
se muta.

Y llovieron.

Sin miedo.
Con brillantina, perfume,
memoria y deseo.

Al tocar el sol,
al unirse con la luz alada,
se hicieron prisma
y provocaron muchos arcoíris.

Porque no son símbolo:
son cuerpo colectivo
que se niega a desaparecer
de esta urbe inerte
que necesita color.

Por elles,
el río dejó de ser Aburrá.
Ahora es Arcoíris,
y fluye con las extensiones,
el rubor, la mireya,
los tacones, los besos,
las marchas, los silencios.

El río no llora.
No olvida.

El río dice:
“Soy esos cuerpos
que eligieron ser libres.”

Iris, la gota,
no se disolvió.
Ella se trepó.

Se volvió río.
Se volvió marica.
Se volvió todes.

Y todes fluyen,
siguen,
resisten
y transforman
las montañas
en coloridos valles.

Esperando que un día,
esas gotas evaporadas
vuelvan a llover.

Por: María Camila Mojica

Su cuerpo fue la ciudad



Murió en Coltejer, las palomas negras lo extrañaron, fue asfalto hecho raiz, herida de una ruina, descontrol y vértigo. Compartía retazos de cobija, cartón y buñuelo. Su brazo fracturado movía la silla de ruedas sobre huecos y grietas, cuando la robaban, siempre volvía, traída por unos, pocos, que existían como la Ceiba abuela de la Oriental, lo cubrían de la lluvia amarga y el río sepultado que baja desde Santa Elena hasta Aburrá. Las montañas eran su columna vertebral, fueron excavadas por décadas de silencio, dolor y droga. Él era cartografía de rabia y olvido. Su cuerpo fue la ciudad.

Medellín venezolana


Allá quedaron mis muertos, enterrados en el río Apure; aquí, mis nietos juegan en el parque al lado del río Aburrá. Aunque ellos nacieron para desembocar en orillas distintas, sus aguas se mezclan por la guerra y el exilio.  

Antes solo tenía una raíz. Ahora tengo muchas. Después de ser arrancado por una ráfaga violenta de odios añejados, me aferro a este nuevo lugar, con aire más seco y un sol que brilla con menos fuerza. Entre montañas, soy un Guayacán de ramas abrazadas que reposa frente a un hogar ajeno, cuyas ventanas reflejan una frontera invisible, delineada en los uniformes de militares y policías que patrullan las vías abandonadas. Mi ADN, que antes creía rígido, se enreda ahora con otra tierra, sembrada en un cañón convertido en valle.

El amor se desplaza con mis pies, y con mi voz sobrevivo en una esquina, al lado de una ceiba antigua que narra otros tiempos. Mientras pasan las horas, los meses y los años, canto la "Tonada de Luna Llena" que me acompaña cuando guardo las monedas. Vi, ya no una garza mora, sino un periquito bronceado que se esconde entre las ramas, mientras los transeúntes me ignoran y los vendedores me adoptan para compartir conmigo un guandolo, así discurren sus instantes de vida.

Ya no soy un extranjero. Pertenezco, pero aún anhelo.