Ecos de la libertad
Capítulo 1
El silencio era espeso, como si la oscuridad lo absorbiera todo. Había pasado quién sabe cuánto tiempo desde que se cerró la puerta de golpe. Intenté dormir, pero algo no me dejaba.
Entonces, la escuché.
Al principio, solo un jadeo entrecortado, como si se hubiera despertado sin aire. Un susurro tembloroso, un gemido ahogado. Después, el crujido del colchón. Se movía con dificultad, como si el cuerpo no le respondiera. Luego, unos pasos arrastrados, el rechinar de una puerta.
Silencio.
Un leve murmullo, un roce contra algo metálico. Tal vez un lavamanos, un espejo. Imaginé sus manos explorando su rostro en busca de algo. ¿Una señal? ¿Una herida?
Capítulo 2
Se despertó de golpe, con una sensación de ahogo, como si le hubieran robado el aire en mitad de la noche. Su cuerpo no respondía. Un entumecimiento pesado se aferraba a su estómago y sus piernas no tenían fuerzas. Sintió un mareo extraño, una mezcla de vértigo y náusea. Tal vez era asco. Tal vez era rabia. Tal vez miedo. No podía distinguir qué emoción la dominaba, solo una pregunta retumbaba en su mente:
¿Por qué?
Un suspiro contenido se escapó de sus labios, impregnado de un asco profundo, un asco por el mundo, por la vida. Se incorporó con dificultad, sentándose en la cama con las rodillas recogidas contra el pecho. Fue entonces cuando lo notó: su pijama estaba rasgada, manchada. Un dolor sordo le recorrió el abdomen y las piernas, como si hubiera pasado horas en el gimnasio de los sábados. Pero ese dolor no era el de la vanidad ni el del esfuerzo. No. Era el dolor del desgaste. De la violencia.
Se levantó con torpeza y caminó hasta el baño. Su cuerpo obedecía por inercia, cumpliendo con las necesidades más básicas antes de procesar lo que realmente sentía. Frente al lavabo, levantó la vista hacia el espejo. Buscó rastros en su rostro. Tal vez un moretón, una herida, cualquier señal visible que pudiera servirle de prueba. Algo que le diera un motivo para denunciar.
Pero, ¿denunciar ante quién?
Se rió con amargura. ¿A la policía? Pero él era la policía. No había marcas en su cara. Nada lo suficientemente evidente. Quizá si hubiera un golpe en la nariz, una hinchazón en el ojo, podría quejarse con el cura o con el juez. O al menos usarlo como excusa para quedarse con su madre unos días.
Desvió la mirada hacia su entrepierna y un pensamiento la atravesó como un puñal: ¿Será que fue demasiado?
Sintió compasión por sí misma, como si estuviera viendo a otra mujer sufrir. ¿Fui demasiado complaciente? El miedo la había paralizado, la había hecho actuar sin pensar. ¿Pero por qué tengo miedo? Esto... esto es lo que hacen las esposas, ¿no?
El olor a cigarrillo flotaba en el aire. Solo su recuerdo le revolvía el estómago.
Debía bañarse. Rápido. Quitarse el olor. Quitarse la piel si fuera necesario.
Antes de desvestirse, se sentó en el inodoro. Una punzada de dolor le recorrió el cuerpo cuando intentó orinar. Un ardor insoportable. Como una herida abierta, cruda, infectada. Se llevó los dedos entre las piernas.
Sangre.
Miró sus calzones. Manchados.
¿Por qué me dejó hacer esto?
La pregunta la atravesó como un cuchillo.
¿Qué me pasa?
¿A quién se lo digo?
Nadie le creería. Porque era su marido. Porque eso era el matrimonio.
¿No?
El sonido del tanque del retrete llenó el silencio. Se aferró a esa distracción, a cualquier cosa que la hiciera evitar pensar. Caminó de vuelta a la cama, recogió las almohadas y sacudió las sábanas.
Un ruido seco.
Algo pesado cayó al suelo.
Bajó la vista.
El arma.
La recogió con manos temblorosas. Sus dedos rozaron la superficie metálica hasta que algo llamó su atención.
La zona del fusil tenía un rastro viscoso. Oscuro.
Sangre.
La tocó, la sintió entre sus dedos.
Y entonces recordó.
Todo.
Cada segundo de la noche anterior estalló en su cabeza con una brutalidad insoportable.
Se desplomó en el suelo.
Las lágrimas brotaron, desbordándose desde lo más profundo de su vientre. Pero no alcanzaban a lavar la rabia. Ni el odio. Ni el asco.
—¿Por qué? —murmuró entre sollozos.
Pero no había respuesta.
Solo el peso de la sangre.
Y el eco de su propio dolor.